Protectores de Asgard. Sacrificar
Y si todo en lo que creen fuera tan solo un espejismo? ¿Una mentira para obligarles a cumplir con el destino de otros?
Después de 15 años sin guerras y haber recuperado la armonía entre los mundos del Yggdrasil, otro golpe del destino vuelve a hacer temblar los cimientos reconstruidos encima de los recuerdos de la última batalla, preguntándose si todo no fue más que un anhelado sueño. Una ilusión, un espejismo que pone en duda cualquiera de las verdades que fueron desveladas.
¿Puede existir un equilibrio entre el “bien” y el “mal”? ¿Son los dioses tan benevolentes como pensamos? ¿Son las tinieblas tan oscuras y malvadas como imaginamos?
Verdades que se convierten en mentiras. Respuestas que se transforman en dudas. Victorias que se tornan derrotas.
Y entre la incertidumbre de cientos de preguntas sin respuesta, hay una en concreto que es la clave de todo: ¿qué destino espera al Yggdrasil?
¡Lee el prólogo gratis a continuación!
Un árbol por mundo, un colgante por reino, dos almas distintas destinadas a conservar la armonía entre seres. Así debe ser. Si una falla, la otra debe continuar. Si una se rinde, la otra debe luchar. Si ambas mueren, con la unión de todos los colgantes una nueva alma protectora logrará regresar para cumplir con lo acordado. Solo así, al fin, se conseguirá el Wynn, la felicidad absoluta, el nirvana del Yggdrasil.
Odín, dios de los dioses y todos los seres vivientes, dobló el papel que contenía dicho fragmento y lo metió en un sobre. Respiró hondo y, con calma, se dio la vuelta para quedar frente a ella.
—Aquí está la razón por la que te he llamado —le dijo mostrándole el sobre.
La anciana, que se encontraba en medio de la estancia, alejada del escritorio que había al fondo, lo cogió. A Odín, su neutro rostro, le pareció indescifrable.
Hugin y Munin entraron volando, pasando por encima de sus cabezas y posándose en el alféizar de la ventana que había detrás del escritorio de mármol rosado del dios.
—Aquí llegan las verdades absolutas —dijo la anciana señalando con la mirada a los dos cuervos.
Odín, de reojo y aguantando la respiración, también observó las aves. La anciana volvió a hablar con una sonrisa en los labios.
—Al fin, los quince años han pasado, ¿verdad divinidad?
—Temo entonces que para ti era más que evidente —añadió Odín.
—Siempre he tenido mis métodos. Quince, un número muy exacto. ¿Llegaron ellos a saberlo? —Odín frunció el ceño—. Me refiero a eso —dijo la anciana levantando un poco el sobre que tenía en su mano derecha.
El único ojo del dios la observó intensamente.
—No mentí, si es lo que estás insinuando. Solo actué como creí más conveniente —añadió Odín.
—Comprendo —dijo la anciana levantando los brazos para marcharse mientras provocaba que la ancha tela, que cubría sus brazos, descubriera parte de su pálida y arrugada piel. Antes de que sus manos chocaran, se detuvo sin apartar la mirada de Odín—. Ten cuidado no te quemes, gran padre de todos.
—Que la runa del Wynn sea tu única preocupación —advirtió Odín apretando los dientes y agarrando su lanza, apoyada contra una estantería.
La anciana cabeceó y, chocando sus manos, desapareció en medio de una cegadora explosión de luz amarilla, al mismo tiempo que los cuervos se cubrían con sus negras alas.